«La Celestina» se escribe durante el reinado de los Reyes Católicos, en pleno cambio de época histórica, cuando la Edad Media da paso al Renacimiento, y con ella se inicia el Siglo de Oro. Se trata de la segunda obra literaria en importancia escrita en lengua castellana tras el Quijote y, por tanto, la cumbre de nuestra literatura dramática.

Rojas rehúye el calco de lo cotidiano, busca lo verosímil enriquecido artísticamente y maneja un instrumento estilístico de múltiples registros. A ello habría que añadir la tremenda modernidad de una Melibea rebelde, insumisa y lúcida, presa de una pasión arrolladora que nada tiene que ver con las doctrinas del amor cortés o de las buenas costumbres feudales o burguesas, que no quiere marido, ni tutelaje alguno, dueña de su propio destino.

Otro elemento muy actual es el insólito tratamiento que el autor otorga a la religión. En aquel tiempo ya se había resquebrajado el mundo medieval que creía en una ordenación creada por Dios; pero todavía no se había instaurado la regla de que la idea religiosa estuviera presente en toda creación artística, como sucederá en el Siglo de Oro. La religión se descarta y se anula. Los personajes parecen carecer del sentimiento del pecado y creer escépticamente en la Fortuna. La Celestina representa un instante de libertad, de laicismo, propio de los momentos de grandes transformaciones históricas, donde los personajes viven intensamente cada instante. Por algo fue acusada en la Inquisición y en la dictadura franquista de “ateísmo, nihilismo y materialismo”.

Resulta terriblemente contemporáneo que los personajes aparezcan dominados por el presente, por la prisa y la impaciencia de vivir, y lo que es más importante, de vivir intensamente. Todos ellos se plantean dilemas constantes ante encrucijadas peligrosas, lo que le transmite al espectador sorpresa y una constante tensión dramática.

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